PRIMERA PARTE: ESCONDIDA ENTRE MENTIRAS

PRIMERA PARTE: ESCONDIDA ENTRE MENTIRAS

El 53.7% de las adolescentes violadas ha sido por una persona de sexo varón que pertenecía a su familia.

lunes, 25 de octubre de 2010

Capítulo 2: Mi llegada al orfanato

Sentí un nudo en el estómago y unas ganas infinitas de salir corriendo cuando me encontré enfrente del portón de “El orfanato Media Luna”, al que denominaba secta para niños sin hogar; Darío me agarró de la mano con fuerza, cosa que agradecía, ya que al menos durante unos segundos más no estaría sola; y me dijo:

   Bueno… Aquí nos despedimos, ¿no?
   Parece ser que si dije en un suspiro.
   ¡Te he cogido cariño, renacuaja! Exclamó Darío, revolviendo mi sedoso pelo negro con su enorme manaza.

Sonreí mientras me volvía a colocar el pelo.
   Yo también le había cogido cariño. Aunque fuera el poco el tiempo pasado con él, le quería como al hermano mayor que nunca tuve ni tendré. Él fue la única persona que había mostrado un mínimo de afecto por mí, a parte de mi madre, que a pesar de que se metía lo primero que pillaba, me quería.

   Es muy tarde… dijo mirando el reloj. Tengo que irme a trabajar volvió a mirarme con sus ojos color miel y me dijo apretándome los hombros con las manos. ¡Se fuerte! Me abrazó, era cálido y confortante. No quería que se separara de mí.

Hacía que me sintiese segura, a salvo de los peligros que rondan por cada una de las calles del mundo. Por desgracia no duró mucho, se separó de mi con lentitud y se despidió con un gesto de mano. Yo le imité.

Se fuerte” me dijo Darío. Pero no estaba segura de que pudiese serlo, porque con dieciséis años estaba sola. Con mis padres en la cárcel y sin ningún otro familiar. Carecía de gente a mí alrededor en este mundo: Mis padres eran hijo único, por lo que no tenía tíos y mucho menos primos. Y mis abuelos por parte de madre murieron cuando yo sólo tenía tres años en un accidente de coche y por parte de padre… nunca he sabido nada de ellos. Y ahora, para rematarlo, como si no lo hubiese pasado lo bastante mal, tenía que irme a vivir a un orfanato…
   Lo único que quería era un padre que no me maltratara, ni bebiera de forma descomunal; y una madre que no se drogara, ni malgastara todo el dinero en las mierdas que se metía. Una familia que me quisiera a mí por encima de todo. ¿A caso era eso mucho pedir? Parecía ser que sí. Una petición demasiado valiosa para una barriobajera como yo.

Cuando me encontré sola enfrente de aquel portón, me volvieron a entrar las ganas de salir corriendo y no volver nunca. Pero no lo hice. Simplemente llamé conteniéndome. En mi fuero interno sabía que era lo mejor.
   El corazón me latía más fuerte y más rápido por cada segundo que pasaba, y cada uno de ellos se hacía más largo e insoportable, hasta llegar al punto de creer que habían pasado horas.
   Me abrió un señor mayor, de unos sesenta años con el pelo de color blanco y con algunas zonas grises irregulares debido al paso de los años, y al no utilizar tintes en su vida; Sus ojos eran grandes y de un azul penetrante, daba la sensación de que quería matarte con la mirada; Sus orejas y su nariz también eran grandes, ¡más bien enormes! En comparación con su diminuta cara; Y llevaba puestas unas gafas muy gruesas de culo de vaso que le hacían aparentar más años de los que tenía en realidad, que ya es decir.

   Hola, tú debes de ser Amaia, ¿verdad?  — Me saludó el anciano con una voz que arañaba las paredes de mis oídos. Yo soy el director de este hermoso orfanato alzó las manos al aire como si fuese a coger una bola enorme. Me llamo Frederick se presentó volviendo la vista hacia mí, bajando los brazos a su vez.
   Sí, soy Amaia. Encantada de conocerle saludé esbozando una pequeña sonrisa con bastante dificultad.

Me invitó a entrar en aquel lugar en el que, seguro, tendría que permanecer hasta la mayoría de edad porque ¿quién querría adoptarme? Nadie en su sano juicio iba a acoger en su casa a una adolescente con las hormonas revolucionadas; El recibidor era enorme. En el centro había unas escaleras que daban al segundo piso. La parte del suelo era considerablemente ancha y se iba estrechando a medida que subía; El techo era muy alto, con forma de cúpula y estaba decorado con vidrieras de diferentes colores y formas irregulares; Las paredes estaban pintadas de un naranja claro y de ellas colgaban montones de cuadros preciosos de distintas épocas, pude llegar a observar.
   Por aquel recibidor revoloteaban niños de todas las edades y de diferentes razas. En ese momento pensé, sólo pensé, que quizás Darío tuviese razón y que el orfanato no fuera a ser tan malo, que únicamente fuese soportable. Pero el vacía de mi interior no lo llenaría un simple edificio con personas en mi misma situación o semejante.

Un grito me sacó de mis cavilaciones:

   ¡Clara! Acompañe a esta muchacha a su habitación y ayúdela a deshacer las maletas ordenó Frederick con tono de superioridad y ronca, fuera de lo normal.

Una chica de entre la multitud se levantó dejando lo que estaba haciendo para obedecer al director.
   Era bastante joven con el pelo rizado y rubio recogido en una coleta, y con los ojos tan dorados como el mismo oro al igual que sus cabellos.

   Por supuesto, señor. Acompáñeme dijo Clara cogiendo algunas de mis maletas, que no eran muchas, sin ninguna expresión visible, al menos que yo viera.

Me llevó hacia mi futura habitación: Era pequeña y acogedora.
   Olía muy bien, a rosas para ser más exactos. Era una fragancia que siempre me gustó, más que cualquier otra.
   Era el sitio perfecto para descansar y pensar sin que nadie me estorbase.

La cama estaba a la derecha de la habitación y a su lado se situaba una puerta, seguramente la del baño; El armario se encontraba a la izquierda y enfrente estaba un escritorio y encima de él un ordenador; La pared tenía una cobertura de pintura de color blanco exactamente igual que el de los psiquiátricos. Un blanco sobrecogedor; Y en la zona de la cama había un cuadro precioso de la gran ciudad de Nueva York, en la que no incluían a los barrios más pobres de la misma. Lógico.

Clara me ayudó a deshacer las maletas y a colocarlo todo en el sitio adecuado. Me indicó donde se encontraban cada uno de los lugares del centro, y para que no me olvidara de ello me entregó un plano donde señalaba hasta el más mínimo detalle del mismo. También me dio el horario de las comidas y las clases. Lugares donde daría comienzo mi perdición.

  Mañana empezarás a ir a clase. Mientras te llegan los libros, los tendrás que compartir con algún compañero me avisó Clara con tono serio. Asentí. Muy bien. Hasta mañana concluyó, cerrando la puerta tras su paso.

Estuve un tiempo observando mi nuevo cuarto, que aunque fuera acogedor y mejor, no era el mío. Mi habitación.
   Contuve las ganas de llorar apretando la mandíbula y los ojos con fuerza, llena de frustración.
   Tiempo más tarde puse el despertador a la seis de la mañana para que me diera tiempo a ducharme y no llegar tarde a la hora del desayuno. Quería estar guapa y llegar puntual en mi primer día de clase, aunque en mi fuero interno deseaba que esto no fuera más que una pesadilla; Me puse el pijama y me metía en la cama. Rápidamente me sumí en un profundo sueño.

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