PRIMERA PARTE: ESCONDIDA ENTRE MENTIRAS

PRIMERA PARTE: ESCONDIDA ENTRE MENTIRAS

El 53.7% de las adolescentes violadas ha sido por una persona de sexo varón que pertenecía a su familia.

sábado, 23 de octubre de 2010

Capítulo 1: Cómo empezó todo

Todo estaba listo. Preparado para cuando llegase.
Nada podía salir mal.
***
La noche era fría en las calles de Madrid. Tanto, que todos los músculos se congelaban al salir de casa o del establecimiento en el que te encontraras.
   Mi madre, Lorena, estaba en la cocina. Seguramente metiéndose una raya de coca, como siempre hacía. He intentado evadirla de ese mundo innumerables veces, pero llevándome todas al fracaso; Y mi padre, Arturo, estaría en cualquier bar de la zona emborrachándose como todas o casi todas las noches.
   Yo estaba en mi habitación leyendo cuando éste llegó, más o menos hacia medianoche; porque no era capaz a dormir. Ahora mismo no me acuerdo del motivo por el cual no podía. No me di cuenta de su llegada hasta que oí gritar a mi madre y el ruido de la porcelana barata que producía al romperse en el suelo sucio de la cocina.
   ¡La estaba pegando! Aunque no sé ni porque me sorprendí. Eso se había convertido en lo más parecido a una rutina.
Fui todo lo deprisa que pude hacia la puerta de mi habitación para echar el pestillo. Si había pegado a mi madre eso significaba que yo sería la siguiente; pero no lo hice lo suficientemente deprisa. Él ya estaba allí. Esperándome. Corrí hacia la ventana, pero no conseguía abrirla. El miedo abatió contra de mí de forma aplastante y los nervios invadieron todo mi ser; Mi padre, al ver mis intenciones me preguntó con voz fría y una media sonrisa algo sarcástica en su decrépito rostro:

   Amaia, cariño. ¿Qué te crees que estás haciendo? Se acercó a mí y el olor a alcohol que desprendía fue como una bofetada en seco.

Me cogió del brazo con fuerza. No era capaz a soltarme y empecé a gritar. Creí que a lo mejor, con algo de suerte, algún vecino podría oírme.

   ¡¡SUELTAME, SUELTAME!! ¡¡SOCORRO!!

Arturo, cabreado por lo que acababa de hacer, me dio una torta en plena cara lo bastante fuerte para dejarme marca. Acto seguido me tiró al suelo y empezó a darme patadas en el estómago, una tras otra, sin parar. Noté que me faltaba el aire. Cada bocanada era un dolor insoportable. Quería, necesitaba que parara.
   Intenté arrastrarme para poder llegar a mi mesita y coger el reloj digital que había encima de ella. No sé como lo conseguí pero de lo que sí tengo certeza es de que llorando, llorando como no lo había hecho nunca, y con todas las fuerzas además de la furia, que me quedaban, empecé a darle con el reloj golpes en la cabeza hasta dejarlo inconsciente. Cuando me aseguré de que así era, bajé corriendo las escaleras lo más deprisa que las piernas me permitían (sabía que si no lo hacía rápido podría hacerme algo malo, peor que pegarme. Algo de lo que no quería ni pensar). Me acerqué a la cocina despacio, esperándome lo peor. Y así fue, mi madre se encontraba tendida en el suelo y la cabeza encima de un charco de sangre y los trozos de porcelana alrededor. Aquella escena era horrible, traumática… es decir, todo lo malo que uno se pueda imaginar. Nunca podré olvidar esa imagen, sacarla de mi cabeza y hacer como si no hubiese ocurrido. Sin embargo, siempre estará ahí presente, en mi memoria, recordándome aquel fatídico día; Me llevé la mano a la boca ahogando el grito que estuvo a punto de salir de ella. No sabía si estaba viva o muerta, por lo que la desesperación al igual que el temor inició su recorrido a través de todo el cuerpo. Y el dolo, aún presente en mi pecho no ayudaba mucho; Me acerqué corriendo a su lado pisando los trozos de la porcelana ensangrentada, todavía con lágrimas en los ojos.

   ¿Mamá? No hubo respuesta. ¿Mamá? Volví a preguntar. ¡Mamá! Caí de rodillas al duelo y le grité abrazándola histérica. ¡Mamá, por favor! ¡Contesta!

Puse la oreja en su pecho temblando de puro nerviosismo. Seguía viva, pero sus latidos era débiles.
<<Menos mal>>, pensé.
   Logré relajarme algo, pero no del todo.
   Miré a mi alrededor buscando con mirada histérica el teléfono. En estas circunstancias es cuando más odio los inalámbricos; Al no encontrarlo posé suavemente la cabeza de mi madre en el suelo y fui a buscarlo al salón. Allí estaba, encima de la mesa.
   Llamé a la policía: Les dije todo lo que había pasado lo más resumido posible y donde me encontraba. Cuando colgué, subí a mi habitación a ver si Arturo se había despertado. Por suerte aún seguía inconsciente.
   Ese hombre que estaba allí, tendido en el suelo, que me pegaba, me insultaba… y lo peor de todo este asunto, que me violaba, añadiendo la indiferencia hacia mí, que me trataba no como a una hija, sino como a una furcia sin sentimientos; Ese no se merecía que le volviera a llamar “papá”, nada relacionado con mi persona. Cerré la puerta con llave para evitar que ese ser desde entonces extraña para mí, escapara. Volví a bajar a la cocina, cogí a mi madre lo mejor que pude y la tumbé en el sofá del salón.

No sé cómo pude permitir que las cosas llegaran a tal nivel de gravedad. Debí haberlo hecho hace mucho, y en estos momentos me arrepiento de no haber actuado antes.

Estuve todo el tiempo al lado de mamá sin dejarla ni un solo instante sola, hasta quedarme profundamente dormida.
   El timbre de la puerta me sobresaltó, despertándome a su vez. Me dirigí a la entrada y al abrir la puerta produciendo un chirrido estrepitoso debido al mal estado de la misma, encontré a un chico de unos veinti pocos años. Su pelo era castaño y algo rizoso; Sus ojos dulces y hermosos como la miel y su piel era algo morena semejante a la arena de la playa. Guapo, alto, esbelto… La clase de chicos por la que toda mujer se pelearía.

   ¿Dónde está tu madre? Preguntó monótonamente.

Le señalé donde se situaba con el dedo índice.
   Detrás de él aparecieron dos médicos. El primero siguió al policía y el segundo fue el que me llevó a la ambulancia cogida con bastante fuerza del brazo, y me curó una herida que tuve en la frente, de la cual no me percaté de su existencia hasta ese mismo momento.
   Después de terminar todo el proceso de curación me preguntó con una pequeña sonrisa:

   ¿Qué tal estás ahora?
   Mejor, gracias le respondí, esbozando una media sonrisa. No sin cierto esfuerzo.

Me alerté al ver al policía de antes con unos cuantos médicos al lado de mi madre, y ella en una camilla que se dirigía a la ambulancia en la que me encontraba. La verdad, no sé ni porque lo hice sabiendo, más o menos, el estado de gravedad en el que se encontraba. Pero no quería quedarme sola. Le tenía, siempre le tuve pánico a la soledad, por muy acostumbrada que estuviese a ella.
   El médico que me curó la herida me apartó y corriendo subió al vehículo junto al otro hombre cuya profesión era la misma, y se marcharon dirección al hospital. El único que se mantuvo junto a mí fue aquel policía. Me miró y luego me dijo:

   Tú debes de ser Amaia, ¿verdad?

Dudé en contestar, pero al final respondí.

   Si. ¿Qué tal está mi madre?
   Yo soy Darío, encantado de…
   Si, si. Yo también le interrumpí bruscamente. ¿Qué tal está mi madre? Insistí.

De pronto, vi pasar por detrás de Darío un coche de la profesión de este. En el mismo se encontraba Arturo. Su mirada azul estaba clavada en mi rostro. Era fría, abominable, amenazadora… Me estremecí.
   ¿Cómo podían existir tantas personas como él? Y la cuestión es, ¿cómo podía ser una de ellas mi “padre”?
   La voz de Darío fue capaz a sacarme de mis cavilaciones, contestando al fin, mi pregunta:

   Tu madre está bien, respecto a las heridas infligidas por tu padre… pero…
   ¡¿Pero, qué?! Pregunté histérica, rozando el borde de la locura.

Darío dudó entre si debía contestarme o no. Al final optó por hacerlo.

   Pero… la hemos cogido justo a tiempo. Ha estado a punto de sufrir una sobredosis.

Sabía que mi madre se drogaba, pero tanto como para estar a punto de morir por sobredosis… O es que a lo mejor era eso lo que quería. Morir. Rendirse ahora y dejarme sola en este mundo tan injusto; Darlo todo por perdido son haberlo intentado antes.
   Me puse a llorar como una loca sin poder evitarlo, a causa del temor a quedarme sola, a que Arturo apareciese en cualquier momento y acabara conmigo; Por suerte, Darío, en un intento de tranquilizarme me abrazó y empezó a decir frases como: “Tranquila, tranquila… Ya pasó. Tu madre está bien y tú también”. Su voz era dulce y hermosa, parecida a una sonata espléndida y compleja; Aunque hubo una frase que me alteró: “No te preocupes… Tu padre no volverá a hacerte daño”. Me separé de él, aún con lágrimas en los ojos, y pregunté:

   Mi… ¿padre?   En mi fuero interno pensé que no habría los suficientes cargos para meterle en la cárcel y quedaría libre, dispuesto a realizar su venganza.
   Si, Arturo, tu padre. No volverá a hacerte más daño. Seguramente le metan en la cárcel por maltrato y le sometan en ella, a una rehabilitación por alcoholismo Darío se paró un momento y luego continuó. Aunque Lorena tendrá que estar un par de años o más en la cárcel por consumo y venta de drogas al ver mi expresión aterrada intentó volver a tranquilizarme. Pero tranquila. No debes preocuparte. Dentro la someterán a rehabilitación también.

Esas palabras lograron calmarme, pero no del todo.
   ¿Dónde viviría yo ahora? Esa era la cuestión que me invadía por dentro como una plaga de langostas a una ciudad entera.
   Se lo pregunté y éste me contestó:

   Al no tener ningún otro familiar tanto cercano como lejano, mucho me temo que tendrás que irte a vivir a un orfanato. Lo siento se disculpó con expresión triste.
   No tienes porque disculparte. No es culpa tuya.
   Bueno… te ayudaré, al menos, ha hacer las maletas.
   No, no hace falta.
   No es una pregunta, es una afirmación dijo guiñándome un ojos y esbozando una media sonrisa. Al ver que yo no decía nada continuó. Mañana por la tarde noche te acercaré al orfanato, acabo de llamar hace un rato para avisarles. Ya verás cómo no es tan malo. Está lleno de chicos de tu edad se río. No pude imitarle, el horno no estaba para bollos.
   ¿Dónde está? Le pregunté evadiendo aquel comentario tan inoportuno.
  ¡Ah, sí! Casi se me olvida. Está a las afueras de la ciudad, se llama “El orfanato Media Luna”.

No dije nada.
   El nombre de ese sitio era estúpido. Se parecía a nombre de una secta religiosa para niños y niñas de todas las edades, donde les someten a ejercicios físicos muy duros a los chicos y a las chicas las tienen de esclavas sexuales.
   Me dirigí al interior de mi vieja y deforme casa, dispuesta a hacer las maletas sola. Pero Darío me acompañó a dentro y me ayudó a hacerlas, como bien me había dicho antes.
   En cierto modo me agradaba que alguien se preocupara un mínimo por mí.

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