PRIMERA PARTE: ESCONDIDA ENTRE MENTIRAS

PRIMERA PARTE: ESCONDIDA ENTRE MENTIRAS

El 53.7% de las adolescentes violadas ha sido por una persona de sexo varón que pertenecía a su familia.

viernes, 29 de octubre de 2010

Capítulo 3: Mi primer día

Me desperté con los ojos lagañosos. Tenía la sensación de que sólo habían pasado un par de minutos desde la última vez que vi la luz mortecina del anochecer.
   Acto seguido de haberme puesto en pie, fui a ducharme.
   El agua estaba fría, pero me venía bien. Necesitaba despejarme después de todo lo que había pasado; Resbalaba por mi cuerpo desnudo de forma relajante. Era como estar dormida en un mar de nubes blancas y esponjosas. Volar por encima de ellas como si no hubiese mañana. Cuando acabé, después de un rato largo, volví a mi habitación para prepararme e irme a desayunar. Tenía bastante hambre, ya que el día anterior no pude pegar bocado.
   De repente el móvil empezó a sonar. No solía tener muchas llamadas por lo que esta me alteró. Lo cogí, pero cuando iba a preguntar quién era ya había colgado.
***
   Está asustada. Todo va según lo previsto.

Asentí.
   Ya quedaba poco, muy poco. Sólo tenía que aguantar un poco más y todo terminaría.

   Ya sabes lo que tienes que hacer, ¿verdad?
   Sí, señor. ¿A caso lo dudaba? Dije con un tono de voz carente de expresión.
   Nunca lo he hecho dijo con una sonrisa malévola que pondría los pelos de punta a cualquiera que la viese.

¿Quién sería esa tal Amaia? Aquella era la pregunta que tenía en mente desde hacía tiempo… Tarde o temprano lo descubriría. No me quedaba otro remedio.
   Sinceramente, esa chica me daba pena. No sabía lo que le esperaba. Y lo peor de todo es que formaría parte de ello. Otra vez.
***
Me temblaban las manos, lo que produjo que se me cayera el móvil al suelo produciendo un estruendo que hubiera despertado a cualquiera; creía que era Arturo, ya que Darío me dijo que tendría que testificar contra él dentro de dos meses.

Me vestí lo más rápido posible y me dirigí al comedor. Era una sala inmensa con un gran número de mesas en ella. En él había una señora bastante mayor desfigurada detrás del mostrador lleno a rebosar de comida de toda clase, donde servía a los “alumnos” llamados vulgarmente. Porque en un orfanato son de todo, es decir, sirvientes, okupas, marginados de la sociedad… Todo, menos alumnos; Cada una de las mesas estaban llenas. Todas, menos una que estaba completamente vacía.
   Mientras me dirigía hacia ella las personas de mí alrededor comenzaron a mirarme. ¿Qué pasaba? ¿Por qué me miraban? ¿Había olvidado ponerme alguna prenda? ¿Tenía el pelo mal? Me peine y coloqué la ropa disimuladamente y por el rabillo del ojo observé que no me faltaba ninguna prenda. Estaba bien. Entonces… ¿por qué no dejaban de mirarme? ¿Lo hacían porque era la nueva y causaba expectación? Seguro que sería por eso. No había, o más bien no encontraba otra explicación.

Me senté.
   Mientras comía apareció una chica enfrente de mí: Su pelo era castaño y lo llevaba recogido con una goma; Las gafas que poseía le resaltaban el color marrón, casi negro de sus ojos; Su expresión era tímida e iba encorvada, como u pensara que cada una de las personas que se encontraban en el establecimiento la miraran o se burlaran de ella.
   Se acercó un poco más y me preguntó:

   Pu… ¿puedo sentarme? Preguntó con tono de voz bajo.
   ¿Eh? ¡Ah, claro! Si, si contesté sobresaltándome sin saber por qué.
   Me llamo Carol. ¿Tú debes de ser la nueva, no? Preguntó después de un largo e incómodo silencio.
   Sí, soy Amaia. Encantada me presenté alargando la mano para estrechársela. Pero ella no hizo nada. Yo la retiré en intervalos cortos, sin comprender del todo porque no me la había estrechado.

El silencio continuó, hasta que volvió a preguntar:

   ¿En qué curso estás?
   En la de 1º Bachiller le respondí mirando mi tazón de leche.
   ¿En serio? Igual que yo dijo esbozando una pequeña sonrisa, casi imperceptible, con los ojos ligeramente cerrados.
   Es un alivio ir a clase con alguien a quien conozco… más o menos di un sorbo al tazón de leche.
   ¿De verdad te alegras de conocerme? Preguntó algo extrañada y con cierto tono de incomprensión.
   ¿Por qué no debería? Eres la única que por ahora, se ha dignado a hablarme.
   Porque soy digamos… la marginada de éste sitio. Nadie quiere estar cerca de mí, y mucho menos ser mis amigos. Algo que no llego a comprender, porque todos en este lugar somos igual de infelices respondió cabizbaja, disminuyendo el volumen de su voz a medida que hablaba.

Me parece increíble que la gente pudiera llegar a ser tan estúpida y creída. Anteponer su estatus a una persona con la que tendrían que convivir hasta su marcha. Es patético.

   Yo seré tu amiga dije sonriente. Nadie volverá a meterse contigo. No te preocupes le guiñé un ojo.

Un minuto más tarde sonó el timbre que señalaba el comienzo de las clases.
   <<El inicio de mi tortura>>, pensé.

   Será mejor que nos vayamos yendo continué. ¿Podrías decirme dónde está nuestra clase?
   ¡Claro, sígueme! Me respondió de pronto sonriente.

Le alegró saber que ya no estaría sola, que tendría a alguien a su lado para lo bueno y para lo malo.

Al llegar a clase me senté al lado de Carol, como era de esperar.
   Ella fue quien me dejó los libros y los apuntes de todo el segundo trimestre, que no eran pocos; Eran un cúmulo de hojas impresionantes, que seguramente no podría estudiar en el plazo previsto.
   Les o más bien, nos tenían como a máquinas que se les puede meter cualquier información y esperar que rindan al nivel esperado. Pero el kit de la cuestión es que somos personas, no objetos.

En la hora de literatura me fijé en la clase ya que el profesor en vez de explicar nos contaba su vida, aburriéndonos a los presentes soberanamente. Era bastante grande y en ella seríamos treinta alumnos. Las paredes eran de un verde claro; En el lado izquierdo de la clase se encontraban cinco ventanas que no servían de mucho debido a que pasaba igualmente el frío o el calor, dependiendo de la época; Al fondo había un corcho que ocupaba toda la pared. En él había trabajos hecho con cartulina, posters… y las fotos de cada uno de los alumnos con algo característico suyo, es decir, valiente, cariñoso, bondadoso…; Enfrente del mismo, pasando las mesas del alumnado, estaba la del profesor y detrás de ella el encerado.

Al finalizar la última hora de Carol y yo nos dirigimos cada una a nuestras respectivas habitaciones para dejar el material escolar y descansar algo antes de la hora de comer.
   De camino, oí unos ruidos muy extraños. Eran de una mujer. Y otros, que se oían menos, de hombre. Como siempre, me imaginé lo peor. Aunque intenté convencerme a mi misma de que sería imposible.
   Me acerqué un poco al lugar de los hechos, por llamarlo de alguna manera. La puerta estaba entreabierta; La mujer que prefería aquellos gemidos era… ¡Clara! Estaba practicando el sexo con un hombre al que no le pude ver la cara; No me lo podía creer… ¿Clara?
   Resultaba repugnante ver semejante escena. Además, ¿no estaba prohibido hacer el amor dentro del centro, y más en horas de trabajo? Comprendía que tuviera su vida social y sus necesidades como adulta, pero se encontraba en un lugar lleno de niños pequeños y de adolescentes con las hormonas alteradas. Éste era un gran ejemplo de poca responsabilidad y de que no es lo que parecer a simple vista: “Una buena chica”.

Me encontraba en tal estado de shock y parálisis que se me cayeron los libros al suelo, produciendo un ruido ensordecedor. Aunque, por suerte para mí, no lo oyeron.
   <<Normal, con el estruendo que producían…>>, pensé.
   Me extrañaba que nadie más les hubiera visto u oído… O ambas cosas, como me pasó a mí.
   Recogí el material teniendo en el suelo lo más deprisa que pude y me fui corriendo hacia mi habitación, aún trastornada por aquella escena.

lunes, 25 de octubre de 2010

Capítulo 2: Mi llegada al orfanato

Sentí un nudo en el estómago y unas ganas infinitas de salir corriendo cuando me encontré enfrente del portón de “El orfanato Media Luna”, al que denominaba secta para niños sin hogar; Darío me agarró de la mano con fuerza, cosa que agradecía, ya que al menos durante unos segundos más no estaría sola; y me dijo:

   Bueno… Aquí nos despedimos, ¿no?
   Parece ser que si dije en un suspiro.
   ¡Te he cogido cariño, renacuaja! Exclamó Darío, revolviendo mi sedoso pelo negro con su enorme manaza.

Sonreí mientras me volvía a colocar el pelo.
   Yo también le había cogido cariño. Aunque fuera el poco el tiempo pasado con él, le quería como al hermano mayor que nunca tuve ni tendré. Él fue la única persona que había mostrado un mínimo de afecto por mí, a parte de mi madre, que a pesar de que se metía lo primero que pillaba, me quería.

   Es muy tarde… dijo mirando el reloj. Tengo que irme a trabajar volvió a mirarme con sus ojos color miel y me dijo apretándome los hombros con las manos. ¡Se fuerte! Me abrazó, era cálido y confortante. No quería que se separara de mí.

Hacía que me sintiese segura, a salvo de los peligros que rondan por cada una de las calles del mundo. Por desgracia no duró mucho, se separó de mi con lentitud y se despidió con un gesto de mano. Yo le imité.

Se fuerte” me dijo Darío. Pero no estaba segura de que pudiese serlo, porque con dieciséis años estaba sola. Con mis padres en la cárcel y sin ningún otro familiar. Carecía de gente a mí alrededor en este mundo: Mis padres eran hijo único, por lo que no tenía tíos y mucho menos primos. Y mis abuelos por parte de madre murieron cuando yo sólo tenía tres años en un accidente de coche y por parte de padre… nunca he sabido nada de ellos. Y ahora, para rematarlo, como si no lo hubiese pasado lo bastante mal, tenía que irme a vivir a un orfanato…
   Lo único que quería era un padre que no me maltratara, ni bebiera de forma descomunal; y una madre que no se drogara, ni malgastara todo el dinero en las mierdas que se metía. Una familia que me quisiera a mí por encima de todo. ¿A caso era eso mucho pedir? Parecía ser que sí. Una petición demasiado valiosa para una barriobajera como yo.

Cuando me encontré sola enfrente de aquel portón, me volvieron a entrar las ganas de salir corriendo y no volver nunca. Pero no lo hice. Simplemente llamé conteniéndome. En mi fuero interno sabía que era lo mejor.
   El corazón me latía más fuerte y más rápido por cada segundo que pasaba, y cada uno de ellos se hacía más largo e insoportable, hasta llegar al punto de creer que habían pasado horas.
   Me abrió un señor mayor, de unos sesenta años con el pelo de color blanco y con algunas zonas grises irregulares debido al paso de los años, y al no utilizar tintes en su vida; Sus ojos eran grandes y de un azul penetrante, daba la sensación de que quería matarte con la mirada; Sus orejas y su nariz también eran grandes, ¡más bien enormes! En comparación con su diminuta cara; Y llevaba puestas unas gafas muy gruesas de culo de vaso que le hacían aparentar más años de los que tenía en realidad, que ya es decir.

   Hola, tú debes de ser Amaia, ¿verdad?  — Me saludó el anciano con una voz que arañaba las paredes de mis oídos. Yo soy el director de este hermoso orfanato alzó las manos al aire como si fuese a coger una bola enorme. Me llamo Frederick se presentó volviendo la vista hacia mí, bajando los brazos a su vez.
   Sí, soy Amaia. Encantada de conocerle saludé esbozando una pequeña sonrisa con bastante dificultad.

Me invitó a entrar en aquel lugar en el que, seguro, tendría que permanecer hasta la mayoría de edad porque ¿quién querría adoptarme? Nadie en su sano juicio iba a acoger en su casa a una adolescente con las hormonas revolucionadas; El recibidor era enorme. En el centro había unas escaleras que daban al segundo piso. La parte del suelo era considerablemente ancha y se iba estrechando a medida que subía; El techo era muy alto, con forma de cúpula y estaba decorado con vidrieras de diferentes colores y formas irregulares; Las paredes estaban pintadas de un naranja claro y de ellas colgaban montones de cuadros preciosos de distintas épocas, pude llegar a observar.
   Por aquel recibidor revoloteaban niños de todas las edades y de diferentes razas. En ese momento pensé, sólo pensé, que quizás Darío tuviese razón y que el orfanato no fuera a ser tan malo, que únicamente fuese soportable. Pero el vacía de mi interior no lo llenaría un simple edificio con personas en mi misma situación o semejante.

Un grito me sacó de mis cavilaciones:

   ¡Clara! Acompañe a esta muchacha a su habitación y ayúdela a deshacer las maletas ordenó Frederick con tono de superioridad y ronca, fuera de lo normal.

Una chica de entre la multitud se levantó dejando lo que estaba haciendo para obedecer al director.
   Era bastante joven con el pelo rizado y rubio recogido en una coleta, y con los ojos tan dorados como el mismo oro al igual que sus cabellos.

   Por supuesto, señor. Acompáñeme dijo Clara cogiendo algunas de mis maletas, que no eran muchas, sin ninguna expresión visible, al menos que yo viera.

Me llevó hacia mi futura habitación: Era pequeña y acogedora.
   Olía muy bien, a rosas para ser más exactos. Era una fragancia que siempre me gustó, más que cualquier otra.
   Era el sitio perfecto para descansar y pensar sin que nadie me estorbase.

La cama estaba a la derecha de la habitación y a su lado se situaba una puerta, seguramente la del baño; El armario se encontraba a la izquierda y enfrente estaba un escritorio y encima de él un ordenador; La pared tenía una cobertura de pintura de color blanco exactamente igual que el de los psiquiátricos. Un blanco sobrecogedor; Y en la zona de la cama había un cuadro precioso de la gran ciudad de Nueva York, en la que no incluían a los barrios más pobres de la misma. Lógico.

Clara me ayudó a deshacer las maletas y a colocarlo todo en el sitio adecuado. Me indicó donde se encontraban cada uno de los lugares del centro, y para que no me olvidara de ello me entregó un plano donde señalaba hasta el más mínimo detalle del mismo. También me dio el horario de las comidas y las clases. Lugares donde daría comienzo mi perdición.

  Mañana empezarás a ir a clase. Mientras te llegan los libros, los tendrás que compartir con algún compañero me avisó Clara con tono serio. Asentí. Muy bien. Hasta mañana concluyó, cerrando la puerta tras su paso.

Estuve un tiempo observando mi nuevo cuarto, que aunque fuera acogedor y mejor, no era el mío. Mi habitación.
   Contuve las ganas de llorar apretando la mandíbula y los ojos con fuerza, llena de frustración.
   Tiempo más tarde puse el despertador a la seis de la mañana para que me diera tiempo a ducharme y no llegar tarde a la hora del desayuno. Quería estar guapa y llegar puntual en mi primer día de clase, aunque en mi fuero interno deseaba que esto no fuera más que una pesadilla; Me puse el pijama y me metía en la cama. Rápidamente me sumí en un profundo sueño.

sábado, 23 de octubre de 2010

Capítulo 1: Cómo empezó todo

Todo estaba listo. Preparado para cuando llegase.
Nada podía salir mal.
***
La noche era fría en las calles de Madrid. Tanto, que todos los músculos se congelaban al salir de casa o del establecimiento en el que te encontraras.
   Mi madre, Lorena, estaba en la cocina. Seguramente metiéndose una raya de coca, como siempre hacía. He intentado evadirla de ese mundo innumerables veces, pero llevándome todas al fracaso; Y mi padre, Arturo, estaría en cualquier bar de la zona emborrachándose como todas o casi todas las noches.
   Yo estaba en mi habitación leyendo cuando éste llegó, más o menos hacia medianoche; porque no era capaz a dormir. Ahora mismo no me acuerdo del motivo por el cual no podía. No me di cuenta de su llegada hasta que oí gritar a mi madre y el ruido de la porcelana barata que producía al romperse en el suelo sucio de la cocina.
   ¡La estaba pegando! Aunque no sé ni porque me sorprendí. Eso se había convertido en lo más parecido a una rutina.
Fui todo lo deprisa que pude hacia la puerta de mi habitación para echar el pestillo. Si había pegado a mi madre eso significaba que yo sería la siguiente; pero no lo hice lo suficientemente deprisa. Él ya estaba allí. Esperándome. Corrí hacia la ventana, pero no conseguía abrirla. El miedo abatió contra de mí de forma aplastante y los nervios invadieron todo mi ser; Mi padre, al ver mis intenciones me preguntó con voz fría y una media sonrisa algo sarcástica en su decrépito rostro:

   Amaia, cariño. ¿Qué te crees que estás haciendo? Se acercó a mí y el olor a alcohol que desprendía fue como una bofetada en seco.

Me cogió del brazo con fuerza. No era capaz a soltarme y empecé a gritar. Creí que a lo mejor, con algo de suerte, algún vecino podría oírme.

   ¡¡SUELTAME, SUELTAME!! ¡¡SOCORRO!!

Arturo, cabreado por lo que acababa de hacer, me dio una torta en plena cara lo bastante fuerte para dejarme marca. Acto seguido me tiró al suelo y empezó a darme patadas en el estómago, una tras otra, sin parar. Noté que me faltaba el aire. Cada bocanada era un dolor insoportable. Quería, necesitaba que parara.
   Intenté arrastrarme para poder llegar a mi mesita y coger el reloj digital que había encima de ella. No sé como lo conseguí pero de lo que sí tengo certeza es de que llorando, llorando como no lo había hecho nunca, y con todas las fuerzas además de la furia, que me quedaban, empecé a darle con el reloj golpes en la cabeza hasta dejarlo inconsciente. Cuando me aseguré de que así era, bajé corriendo las escaleras lo más deprisa que las piernas me permitían (sabía que si no lo hacía rápido podría hacerme algo malo, peor que pegarme. Algo de lo que no quería ni pensar). Me acerqué a la cocina despacio, esperándome lo peor. Y así fue, mi madre se encontraba tendida en el suelo y la cabeza encima de un charco de sangre y los trozos de porcelana alrededor. Aquella escena era horrible, traumática… es decir, todo lo malo que uno se pueda imaginar. Nunca podré olvidar esa imagen, sacarla de mi cabeza y hacer como si no hubiese ocurrido. Sin embargo, siempre estará ahí presente, en mi memoria, recordándome aquel fatídico día; Me llevé la mano a la boca ahogando el grito que estuvo a punto de salir de ella. No sabía si estaba viva o muerta, por lo que la desesperación al igual que el temor inició su recorrido a través de todo el cuerpo. Y el dolo, aún presente en mi pecho no ayudaba mucho; Me acerqué corriendo a su lado pisando los trozos de la porcelana ensangrentada, todavía con lágrimas en los ojos.

   ¿Mamá? No hubo respuesta. ¿Mamá? Volví a preguntar. ¡Mamá! Caí de rodillas al duelo y le grité abrazándola histérica. ¡Mamá, por favor! ¡Contesta!

Puse la oreja en su pecho temblando de puro nerviosismo. Seguía viva, pero sus latidos era débiles.
<<Menos mal>>, pensé.
   Logré relajarme algo, pero no del todo.
   Miré a mi alrededor buscando con mirada histérica el teléfono. En estas circunstancias es cuando más odio los inalámbricos; Al no encontrarlo posé suavemente la cabeza de mi madre en el suelo y fui a buscarlo al salón. Allí estaba, encima de la mesa.
   Llamé a la policía: Les dije todo lo que había pasado lo más resumido posible y donde me encontraba. Cuando colgué, subí a mi habitación a ver si Arturo se había despertado. Por suerte aún seguía inconsciente.
   Ese hombre que estaba allí, tendido en el suelo, que me pegaba, me insultaba… y lo peor de todo este asunto, que me violaba, añadiendo la indiferencia hacia mí, que me trataba no como a una hija, sino como a una furcia sin sentimientos; Ese no se merecía que le volviera a llamar “papá”, nada relacionado con mi persona. Cerré la puerta con llave para evitar que ese ser desde entonces extraña para mí, escapara. Volví a bajar a la cocina, cogí a mi madre lo mejor que pude y la tumbé en el sofá del salón.

No sé cómo pude permitir que las cosas llegaran a tal nivel de gravedad. Debí haberlo hecho hace mucho, y en estos momentos me arrepiento de no haber actuado antes.

Estuve todo el tiempo al lado de mamá sin dejarla ni un solo instante sola, hasta quedarme profundamente dormida.
   El timbre de la puerta me sobresaltó, despertándome a su vez. Me dirigí a la entrada y al abrir la puerta produciendo un chirrido estrepitoso debido al mal estado de la misma, encontré a un chico de unos veinti pocos años. Su pelo era castaño y algo rizoso; Sus ojos dulces y hermosos como la miel y su piel era algo morena semejante a la arena de la playa. Guapo, alto, esbelto… La clase de chicos por la que toda mujer se pelearía.

   ¿Dónde está tu madre? Preguntó monótonamente.

Le señalé donde se situaba con el dedo índice.
   Detrás de él aparecieron dos médicos. El primero siguió al policía y el segundo fue el que me llevó a la ambulancia cogida con bastante fuerza del brazo, y me curó una herida que tuve en la frente, de la cual no me percaté de su existencia hasta ese mismo momento.
   Después de terminar todo el proceso de curación me preguntó con una pequeña sonrisa:

   ¿Qué tal estás ahora?
   Mejor, gracias le respondí, esbozando una media sonrisa. No sin cierto esfuerzo.

Me alerté al ver al policía de antes con unos cuantos médicos al lado de mi madre, y ella en una camilla que se dirigía a la ambulancia en la que me encontraba. La verdad, no sé ni porque lo hice sabiendo, más o menos, el estado de gravedad en el que se encontraba. Pero no quería quedarme sola. Le tenía, siempre le tuve pánico a la soledad, por muy acostumbrada que estuviese a ella.
   El médico que me curó la herida me apartó y corriendo subió al vehículo junto al otro hombre cuya profesión era la misma, y se marcharon dirección al hospital. El único que se mantuvo junto a mí fue aquel policía. Me miró y luego me dijo:

   Tú debes de ser Amaia, ¿verdad?

Dudé en contestar, pero al final respondí.

   Si. ¿Qué tal está mi madre?
   Yo soy Darío, encantado de…
   Si, si. Yo también le interrumpí bruscamente. ¿Qué tal está mi madre? Insistí.

De pronto, vi pasar por detrás de Darío un coche de la profesión de este. En el mismo se encontraba Arturo. Su mirada azul estaba clavada en mi rostro. Era fría, abominable, amenazadora… Me estremecí.
   ¿Cómo podían existir tantas personas como él? Y la cuestión es, ¿cómo podía ser una de ellas mi “padre”?
   La voz de Darío fue capaz a sacarme de mis cavilaciones, contestando al fin, mi pregunta:

   Tu madre está bien, respecto a las heridas infligidas por tu padre… pero…
   ¡¿Pero, qué?! Pregunté histérica, rozando el borde de la locura.

Darío dudó entre si debía contestarme o no. Al final optó por hacerlo.

   Pero… la hemos cogido justo a tiempo. Ha estado a punto de sufrir una sobredosis.

Sabía que mi madre se drogaba, pero tanto como para estar a punto de morir por sobredosis… O es que a lo mejor era eso lo que quería. Morir. Rendirse ahora y dejarme sola en este mundo tan injusto; Darlo todo por perdido son haberlo intentado antes.
   Me puse a llorar como una loca sin poder evitarlo, a causa del temor a quedarme sola, a que Arturo apareciese en cualquier momento y acabara conmigo; Por suerte, Darío, en un intento de tranquilizarme me abrazó y empezó a decir frases como: “Tranquila, tranquila… Ya pasó. Tu madre está bien y tú también”. Su voz era dulce y hermosa, parecida a una sonata espléndida y compleja; Aunque hubo una frase que me alteró: “No te preocupes… Tu padre no volverá a hacerte daño”. Me separé de él, aún con lágrimas en los ojos, y pregunté:

   Mi… ¿padre?   En mi fuero interno pensé que no habría los suficientes cargos para meterle en la cárcel y quedaría libre, dispuesto a realizar su venganza.
   Si, Arturo, tu padre. No volverá a hacerte más daño. Seguramente le metan en la cárcel por maltrato y le sometan en ella, a una rehabilitación por alcoholismo Darío se paró un momento y luego continuó. Aunque Lorena tendrá que estar un par de años o más en la cárcel por consumo y venta de drogas al ver mi expresión aterrada intentó volver a tranquilizarme. Pero tranquila. No debes preocuparte. Dentro la someterán a rehabilitación también.

Esas palabras lograron calmarme, pero no del todo.
   ¿Dónde viviría yo ahora? Esa era la cuestión que me invadía por dentro como una plaga de langostas a una ciudad entera.
   Se lo pregunté y éste me contestó:

   Al no tener ningún otro familiar tanto cercano como lejano, mucho me temo que tendrás que irte a vivir a un orfanato. Lo siento se disculpó con expresión triste.
   No tienes porque disculparte. No es culpa tuya.
   Bueno… te ayudaré, al menos, ha hacer las maletas.
   No, no hace falta.
   No es una pregunta, es una afirmación dijo guiñándome un ojos y esbozando una media sonrisa. Al ver que yo no decía nada continuó. Mañana por la tarde noche te acercaré al orfanato, acabo de llamar hace un rato para avisarles. Ya verás cómo no es tan malo. Está lleno de chicos de tu edad se río. No pude imitarle, el horno no estaba para bollos.
   ¿Dónde está? Le pregunté evadiendo aquel comentario tan inoportuno.
  ¡Ah, sí! Casi se me olvida. Está a las afueras de la ciudad, se llama “El orfanato Media Luna”.

No dije nada.
   El nombre de ese sitio era estúpido. Se parecía a nombre de una secta religiosa para niños y niñas de todas las edades, donde les someten a ejercicios físicos muy duros a los chicos y a las chicas las tienen de esclavas sexuales.
   Me dirigí al interior de mi vieja y deforme casa, dispuesta a hacer las maletas sola. Pero Darío me acompañó a dentro y me ayudó a hacerlas, como bien me había dicho antes.
   En cierto modo me agradaba que alguien se preocupara un mínimo por mí.